(Expansión) – Al parecer el residente de Palacio Nacional no ha advertido que llega al quinto año como han llegado sus antecesores, excluyendo, claro, a Peña Nieto, quien mostró una fuerte caída desde la mitad del sexenio. Tampoco ha caído en cuenta de que ya no es tiempo de anuncios y proyectos, sino de balances y cierres. Más allá de la veleidosa popularidad, el presidente debe tener en cuenta que son los últimos meses del sexenio los que definirán su lugar en la historia, así como que el séptimo año será aquel en el que las eternas lealtades y absolutas sumisiones se desvanecerán.
Es tiempo de mirar atrás e identificar en el pasado la causa de complejos eventos que produjeron crisis de fin de sexenio. En el caso de López Portillo, se sobrevaluó el precio del petróleo. El ingreso dejó de llegar, pero el endeudamiento creció y creció. Con De la Madrid, se sobrestimó la capacidad del mercado de auto regularse, lo que provocó un desorden bursátil de tal tamaño que los mercados financieros fueron víctimas de la desmedida audacia de quienes hicieron casinos de las casas de Bolsa. Enormes caudales no desaparecieron, sólo cambiaron de mano. Abultadas fortunas emergieron, dejando falanges de nuevos pobres. En el caso de Salinas de Gortari, el abuso de instrumentos de corto plazo, y la infundada confianza de que su sucesor adoptaría medidas para absorber la descomunal deuda provocada por su colocación, condujeron a un cisma en las cúpulas del poder. Salinas no sólo heredó un saldo en Tesobonos que obligaron a tomar medidas dolorosas en el mercado cambiario, sino que, además, difirió el obligado y necesario saneamiento de la quebrada banca oficial que, con un malicioso maquillaje, fue vendida a precios absurdos. El bumerang no tardó ni tres años en regresar. El irresponsable manejo del financiamiento bancario del que algunos políticos se beneficiaron en tiempos de De la Madrid, pasó factura, potenciándose su devastador efecto con la devaluación del peso. Ello hizo imposible que se negociara un saneamiento gradual del sobrevaluado balance de las instituciones que se pusieron en manos del sector privado. En el río revuelto, y dados los inconfesados pecados del aparato oficial, no faltaron vivos que decidieron sacar lo que metieron pasando por encima de la ley. De forma que no fue en un mes como se gestó el doloroso rescate bancario que tiene su más profunda raíz en el sector público. La verdad completa es que se trató, sin éxito, de privatizar quebrantos públicos, haciendo pensar a la población que, por el bien de la nación, se asumiría, como deuda pública, el endeudamiento privado. En realidad, el boquete venía de muy atrás, pero nunca se encontró el momento políticamente oportuno para reconocerlo. Si hacemos un buen análisis del quinto año de gobierno de Salinas de Gortari veremos que llegó en mejor condición que López Obrador, pero el efecto dominó arrancó a partir de un mal manejo de un levantamiento social que surgió en Chiapas en el sexto año.
Salinas, ya iniciada la campaña, advierte que su sucesor no está dispuesto a blindar su salida, y que no comparte las líneas sobre las cuales habría que diferir el impacto de las malas decisiones financieras que venían del desaseado gobierno de De la Madrid. En el partido oficial, la inconformidad, mayor o menor, de los aspirantes que durante un prolongado tiempo libaron las mieles de la precandidatura, se hicieron presentes. Se empezó a apostar a ser el plan B, por si algo le sucedía al candidato. Incentivos perversos se alinearon, antes de la elección, definiendo como rivales a grupos de poder que no conocen límites. El trágico final del candidato tricolor cambió, para siempre, la suerte del país. En una tarde de marzo, se borró la cruzada que pensó Salinas le granjearía un lugar de privilegio en la historia. El bagaje técnico conceptual del equipo hacendario no había cambiado prácticamente desde 1982. Se sucedían funcionarios que sólo daban mantenimiento a la maquinaria armada a lo largo de décadas, sobre las bases que sentara Ortiz Mena. Se generó así una inercia administrativa en la que sólo se da seguimiento a los instrumentos y mecanismos construidos años atrás, eludiendo el mirar cualquier posible desfalco. A finales de siglo, el tricolor sólo tenía reproches que hacer al titular del Ejecutivo Fderal. Zedillo, prácticamente gobernó negociando con la oposición las medidas que le permitieron sufragar el gasto público. El PRI no pudo colocar a sus próceres en puestos clave, y no se les dejó armar una caballada de la que pudiera salir aquel que los reivindicara.
La entrega de poder se ocultó tras escandalosas persecuciones a los tricolores y a sus financiadores, dando pasó a una alternancia que se pactó en un escritorio, antes de ser confirmada en las urnas. La aplanadora funcionó, pero ya no en favor de la opción de siempre. Fox tuvo la singular y excepcional alza de precios del petróleo, que le permitió apagar a billetazos las pifias que provenían de un gabinete integrado, en su mayoría, por inexpertos empresarios que llegaron a aprender sobre gestión pública. No formó un grupo político, su equipo se diluyó tan pronto como se le subió a los bigotes Calderón. El ajuste hecho a finales del gobierno de Zedillo liberó enormes presiones acumuladas en diversos sectores, sin embargo, dejó para después asuntos que a la fecha no encuentran arreglo, destacando el déficit en los sistemas de pensiones. Calderón, al saberse sin experiencia ni preparación financiera, se entregó sin recato a los vástagos de Chicago, dejándoles operar a sus anchas. Lo suyo, pensaba él, era consolidar a su partido, cosa que no supo, ni pudo hacer. Lo de la guerra al narco fue efectivamente circunstancial, ya que, el enorme temor que le ocasionaba la amenaza de ser defenestrado por un movimiento social le hizo buscar una excusa para poner al Ejército a las calles. Claro, a la larga, una decisión de tal calibre marcó su gestión. A él lo acompañaron la influenza, y, otra vez, un problema de sobrevaluación, pero ahora, respecto de activos generados en el exterior, las hipotecas subprime , que mermaron la capacidad de financiera de los inversionistas institucionales, cuya actividad resultaba sustancial en los mercados nacionales. No convenció y sacó al PAN de los Pinos. Peña, ante la debacle de popularidad, prefirió evitar enfrentarse con la partidocracia, haciendo lo necesario para que el favorito en las encuestas le permitiera abandonar el país libre de cuestionamientos reales, o sea, sin acusaciones formales que pudieran ponerlo en el banquillo. A todo esto, es oportuno preguntarnos si detectamos circunstancias que hayan resultado, en el pasado, componentes de una crisis. Es decir, si existe un equipo hacendario presa de la inercia administrativa, en el que los intermediarios han encontrado la forma de sobrevaluar los activos, decretando espectaculares ganancias. También, si es de considerar que, los otrora potentes inversionistas institucionales, enfrentan un complicado panorama. Despejadas esas dudas, habrá que cuestionarse si el partido oficial ha generado un proceso de selección que necesariamente enfrentará a huestes que, durante un largo tiempo, han asumido que la candidatura era suya. Contando con tan relevantes referentes, habrá que valorar si el nuevo oro negro, las remesas, llegarán sin demora y en cantidad siempre creciente, considerando que el país en el que se originan no vive sus mejores años, así como que siempre habrá un país más necesitado que ofrezca garantías que ya no son creíbles de quien va de salida. En otras palabras, si no existe sobrevaluación de activos financieros; si el principal ingreso del país será estable; si no existen inconformidades regionales que puedan brindar el entorno de caos que beneficia a las actividades del crimen organizado; si se ha acumulado presión en la base financiera de los sistemas de salud y previsión social, así como si el sector exportador podrá seguir fondeando costos de un proceso golpeado por un peso valuado de manera optimista, por decir lo menos. Ganada la tranquilidad que darán las respuestas, sólo habrá que esclarecer si acaso los cárteles también tendrían preferencia por el mismo precandidato, y si, al no verlo ungido, se mantendrán en calma. ____________ Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.